Te reconozco.
Vamos tan hipnotizados por la calle, cabizbajos o distraídos por no atrevernos a ver tantos ojos tristes o llenos de incertidumbre que olvidamos el sentimiento de reconocimiento de la otra persona, olvidamos la alegría de la vida.
“Yo te veo,
yo te admiro,
yo te cuido,
yo te amo”,
son algunas de las frases que se escaparon de nuestros labios tiempo a y que se han quedado guardadas en ese último rincón de nuestro ser. Están a la espera de salir a la luz de nuevo, en ese atardecer, en ese paseo de consciencia, en ese respirar profundo acompañándonos desde un lugar sincero y auténtico. Pronto llegará esa lluvia de certezas, ese reconocimiento del rostro, ese compartir humano lleno de matices y gestos, lleno de cariño y emoción.
Hace un momento que me ocurrió:
Salía de casa al descubierto, al mundo como se suele decir, y mis ojos contemplaron un bello rostro pulido y endiosado, un rostro perfecto que mostraba su genuinidad a ultranza.
Ahí el tiempo se ralentizó. Y sé que a la otra persona también le ocurrió porque mantuvimos la mirada. Pasaron unos segundos que parecieron minutos y una campana se escuchó que no era de la cercana iglesia, era del corazón del alma. Por fin se acercaba la primavera tan deseada, por fin el reconocimiento amanecía. Atrás quedaba el crudo invierno de la indiferencia.
Carmen R.A.
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