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El resurgir de los nuevos pilares

  • Foto del escritor: Carmen Ruiz
    Carmen Ruiz
  • 6 nov 2020
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 3 dic 2020



Muchas personas están dando lo mejor de sí mismos para explicar y dar sentido a todos los grandes cambios que la sociedad tal y como la conocemos está viviendo. A través de los comunicadores independientes llegan vídeos o audios continuamente. Es una tremenda revolución; que no es lo mismo que re-evolución.

Revolución es una palabra con diversos significados. Uno de ellos dictado por la R.A.E. dice así:

Cambio rápido y profundo en cualquier cosa.

A nivel etimológico, revolución llega de “revolutio”, que trata de la acción de dar vuelta de un lado hacia otro.

Y teniendo en cuenta que el prefijo “re” tiene el significado “de nuevo” o incluso, “hacia atrás”, mi reflexión es la siguiente:

¿Estamos dando de nuevo una vuelta como un círculo?

¿Estamos volviendo una y otra vez a un programa cíclico?

Esto me recuerda a los tres principios de creación en India: Brahma, el creador en sí, Vishnu como estabilizador y Shiva que se le considera un promotor de cambio. Es decir, ¿es necesaria la revolución para salir de los modelos estereotipados cuando estos se fijan y bloquean a nuestro pensar y sentir?


¿Cuáles son las verdaderas semillas del cambio?


En la naturaleza al observar las cuatro estaciones vemos esas semillas de cambio continuamente, sobre todo cuando nos acercamos a la siguiente estación, ya que este fantástico movimiento de la tierra alrededor del sol, su eje en una declinación de 23º y su continua rotación generadora del día y de la noche hacen posible esta transición. Además, otras pruebas las tenemos en la influencia de la luna en las mareas emocionales y en los demás planetas que aunque creamos que están muy lejos, están muy presentes en esta geometría celestial de cambio sincronizado.

Hay muchas voces al respecto de cómo los movimientos y aspectos entre los astros “indican pero no obligan”. Esta frase da pie a activar el poder de gestión y desarrollo en nuestras vidas.

Como observadora neutra de estos momentos y estudiando la astrología mundial que es sumamente fascinante, encuentro versiones muy parecidas que ponen sentido a lo que vivimos ahora como humanidad. En realidad estamos en la antesala del cambio hacia la era dorada como algunos le han llamado, o el comienzo de la era de acuario como la New Age anunciaba, y todo parece confluir en estos ardientes tiempos.

Ahora bien, esto lo podemos reconducir a una visión de cambio, transformación e incluso trascendencia.

Me gusta soñar con esta era dorada, donde el ser humano sea más consciente, colaborativo, donde se pueda compartir en comunidades participativas y autosuficientes que generen su propia gestión energética y de alimentos, haga disminuir la contaminación a nivel del medio ambiente con residuos biodegradables, permita una economía basada en una moneda de cambio grupal, donde se manifiesten nuestros dones y talentos como servicio a esa comunidad y que surja la espontaneidad del intercambio.


En estas comunidades la alegría y el gozo de la vida serían su filosofía intrínseca. Los problemas que apareciesen se resolverían de forma grupal y consensuada. No habría dirigentes, solo personas responsables y comprometidas. Se utilizarían inventos útiles que aporten la ciencia auténtica, los conocimientos se compartirían y se gestionaría los recursos que proceden de la Naturaleza: el sol, el agua, la tierra con sus minerales, el aire, las plantas y los árboles, fijándonos además en el ejemplo de los animales en su manera instintiva de vivir.

Es todo un lujo participar en estas comunidades que ya existen y son la prueba de que esta utopía se va convirtiendo en realidad. Sobre esto, aquí en España tenemos un claro ejemplo en Sevilla con “Los Portales”, que forma parte de la Red Ibérica de ecoaldeas.*

Por otro lado, hemos llegado incluso a un desarrollo fractal tendiente a la robotización en detrimento de las cualidades humanas principales. Es por tanto viable el cambio de los pilares de la política, economía, religión o espiritualidad y ciencia en un nuevo estilo de vida que ya va dando sus primeros frutos con la aparición de comunidades conscientes. Y quien sabe, en un futuro no muy lejano podrían ser pueblos y pequeñas ciudades.

Si contemplo este paisaje con la suficiente perspectiva, diría que sería interesante aunar ambas posibilidades, volver a potenciar el contacto con la Naturaleza, tanto la externa como la interna, y ayudarnos de las tecnologías respetuosas con el medio ambiente.

Se trata por tanto, de la construcción de lo nuevo, de ir hacia la óptima versión del ser humano y del entorno. Uniendo las cualidades de este con una creatividad sin límite pero consciente de sí misma por el bien de todos.

Este bien común anula el egoísmo y despierta al grupismo; palabra que me acabo de inventar, por lo menos la RAE aún no la contempla. Para que una utopía o un movimiento idealista funcione de verdad hacen falta tres ingredientes fundamentales: Tener una vibración amorosa suficientemente fuerte que no distinga la individualidad de la colectividad, unos conocimientos de las leyes universales de la consciencia y además una fuerza de voluntad que va en pos del apoyo, del altruismo sincero y del sostén del bienestar común.


Un último apunte a favor de la educación consciente, que sería el éter simbólico de esta reflexión: La educación como consecuencia natural de una praxis conocedora, experiencial, de transmisión entre padres e hijos, entre maestros y alumnos, entre personas con un interés similar, que resuene fuerte para aquellos que están dispuestos a generar un cambio amoroso y una transformación sincera.

Todo está en nuestras manos.

En las tuyas, en las de todos, gracias.

Carmen R.A.

* Red Ibérica de Ecoaldeas: https://ecoaldeas.org/

 
 
 

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