Hace unos días decidí dar un paseo al atardecer. Había luna llena y estaba a punto de salir por el horizonte mientras me dispuse a escribir estas palabras.
Un nuevo ciclo laboral comienza con muchas expectativas e incertidumbres. En eso estaba pensando cuando me dirigía a ese espigón de rocas que está en el pueblo cercano de La Caleta. A lado y lado un niño y una niña estaban entrenándose a pescar. Y mientras, se dibujaba el escenario de unas olas transparentes que se acercaban cada vez más donde tenía mis pies.
Dejé de lado por un momento las directrices y las nuevas normas que podrían ser impuestas en este comienzo de curso escolar, para sumergirme en una meditación activa, en un disfrute esplendoroso de este canto tan agradable de las olas que venían e iban en un ciclo continuo de vida.
Por fin mi mente se aquietó y aunque de vez en cuando surgían esos pensamientos tabarra sobre el tema que estaba tan candente y que exigía a toda costa nuestra atención, recordé por un momento las palabras de algunos de mis compañeros esta mañana cuando me acerqué a mi centro de trabajo. Palabras que añoraban esa perdida normalidad, palabras de un temor que quería convertirse en constante a toda costa y que se contrarrestaba con otras palabras de alivio y tranquilidad que aparecían en la percepción de otros de mis compañeros.
Por un momento todo se volvía a cruzar en mi mente. Y sabíamos que habría que hacerse un posible test el cual te diría si eras apto o no en estos momentos para empezar el curso como docente.
Entre ola y ola, entre respiración y respiración, con bocanadas robadas por mi cara libre de mascarilla, sentí mientras el sol me bañaba con sus últimos rayos de esta bonita tarde, qué es lo que iba a hacer. Ese instante se convirtió en otro más auténtico, porque en vez de quedarme polarizada por el primer impulso que mi mente me transmitía, que por supuesto no iba a hacer ningún test y ni mucho menos dar mis datos a una estadística tan incierta; en vez de eso, observé cómo me envolvía una certeza muy humana diría yo, ya que mi alma me decía al oído que acompañara en esta experiencia a todos mis compañeros, a todos y a cada uno. Eso era algo auténtico que por primera vez alimentaba a mi consciencia con una fresca brisa como la que sentía en esos momentos de quietud, de calma, de belleza trascendente.
Ahí estaba la clave. Ahora empezaba a comprender más allá de la mente; y surgía como efecto dominó un sentimiento de colaboración que iba más allá de mi familia, hacia mi familia de compañeros y en definitiva hacia la gran familia llamada humanidad.
Y lo reconocí, era imparable la energía que sentía en mi corazón y en todo mi cuerpo, esa subida de reacciones químicas que sumaban a mi experiencia luminosa. Por fin reconocí cuándo lo divino de lo más divino que pudiera imaginarse, mostraba su rostro y simplemente le dejabas en sus manos toda la experiencia. Y ahí es donde ya no había marcha atrás porque ese sentimiento tan puro que llamamos amor te impregna hasta el último rincón de tu ser.
Ahora entiendo, comprendo y acepto todo esto que estamos viviendo a nivel de colectividad. Ya veo con los ojos de la apertura sincera todo el sentido de venir aquí, a este plano de libre albedrío por un lado y de limitaciones adquiridas por otro. Ya no hay lugar para la duda, ya lo he sentido, el siguiente paso es integrarlo y el siguiente es trascenderlo. Por fin, ahora estoy en esa burbuja de consciencia que se está auto validando.
Es todo un salto de respeto, tolerancia, responsabilidad, compañerismo, altruismo, …, es todo junto y mucho más. Me vienen imágenes de personas que en su día a día por vocación se dan a los demás de forma desinteresada. Estas personas que trabajan en comedores sociales, en asilos, en ongs, en iglesias, en comunidades religiosas o incluso colectivos profesionales. Tantas personas que viven y respiran por los demás, que dan y reciben tanto; que son en definitiva ángeles vivientes. Yo me dejaría cuidar por ellos sin dudarlo.
La respuesta a la pregunta de ¿te vas a hacer el test?
La respuesta simplemente es muy zen…Soy.
Carmen R.A.
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